1.26.2024

LOS ESTABLOS DE AUGÍAS - Ponge

El vergonzoso orden de cosas en París hace saltar los ojos, desfonda los oídos.

Cada noche, sin duda, en los barrios oscuros donde el tráfico cesa por unas horas, se lo puede olvidar. Pero desde el amanecer se impone físicamente con una precipitación, un tumulto, un tono tan excesivo que no puede quedar ninguna duda sobre su monstruosidad.

Las ruedas de camiones y autos, los barrios que no alojan a nadie sino tan sólo mercaderías o depósitos de empresas que las transportan, las calles donde la miel de la producción corre a borbotones, donde nunca se trata de otra cosa, para nuestros amigos de colegio que salta- ron con ambos pies de la filosofía y de una vez por todas a los aceites o el camembert, esa otra clase de hombres que no son conocidos sino por sus colecciones, los que se matan por haberse "arruinado", los gobiernos de oficinistas y de comerciantes, vaya y pase, si no nos obligaran a participar, si no nos metieran a la fuerza la cabeza ahí, si todo eso no hablara tan fuerte, si no fuera lo único que habla.

Por desgracia, para colmo del horror, dentro de nosotros mismos habla el mismo orden sórdido, porque no tenemos a nuestra disposición otras palabras ni otras grandes palabras (o frases, es decir, otras ideas) que aquellas que un uso diario en ese mundo grosero prostituye desde la eternidad. Es igual que si nosotros fuésemos pintores que sólo tuvieran a su disposición para mojar sus pinceles un mismo pote inmenso donde desde la noche de los tiempos todos hubiesen tenido que diluir sus colores.

... Pero ya haber tomado conciencia de ello es casi haberse salvado, ya no queda más que hartarse de imitaciones, de fardos, de rúbricas, de procedimientos, arreglando las fallas según los principios del mal gusto, y por último tratar de hacer que aparezca la idea en filigrana mediante estratagemas de esclarecimiento a través de ese agotador juego de abusos mutuos. No se trata de limpiar los establos de Augías, sino de pintarlos al fresco con su propia mierda: trabajo conmovedor y que requiere un corazón más firme, más ingenio y perseverancia de los que se le exigieron a Hércules para su trabajo de simple y grosera moralidad.


1929-1930

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