1.28.2024

discurso vacío - Levrero

 De todos modos aun cuando esta creencia mía sea errónea, me resulta útil (en verdad, no conozco ninguna creencia auténtica, es decir, coherente con la realidad, que arroje resultados prácticos interesantes. Aunque toda creencia es falsa, es decir, no coherente con la realidad de los hechos, en tanto que una creencia es algo limitativo, pobre, incapaz de abarcar toda la rica variedad y dimensionalidad del Universo; pero justamente, por ser limitativa, y mientras no sea descabe- Iladamente delirante -y a veces a pesar de ser- lo-, la creencia produce un efecto sumamente eficaz, concentrado, en toda acción. De modo que para triunfar en la vida es preciso creer en algo, o sea estar, por definición, equivocado).

Dejémoslo así. Yo creo que esto me hace bien, me afirma. Por eso me alegro y extraigo nuevas fuerzas para seguir luchando por mi recuperación, eso que parece tan distante y difícil, si no imposible de lograr. Desde luego, avanzaría mucho más rápido si no encontrara tajantes oposiciones en ciertos núcleos del mundo exterior; bien sé que cada paso que doy tendiente a afirmarme, es severamente castigado desde afuera. Pero sigo luchando, y triunfaré.

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Es apropiado y positivo tener un rito como este de escribir todos los días como primera actividad. Tiene algo del espíritu religioso que tan necesario es para la vida y que, por distintos motivos, he ido perdiendo cada vez más con los años, acompañando en este proceso a la Humanidad. Me fastidia ser tan influenciable y dependiente de una sociedad con la cual no comparto la mayor parte de sus opiniones, motivaciones, objetivos y creencias. Pero uno no tiene casi significación como ser aislado, por más que se haya fortalecido como individuo y por más que profese un acentuado individualismo. La verdad de los hechos es que no somos otra cosa que un punto de cruce entre hilos que nos trascienden, que vienen no se sabe de dónde y van no se sabe adónde, y que incluyen a todos los demás individuos. Este mismo lenguaje que estoy empleando, no me pertenece; no lo inventé yo, y si lo hubiera inventado no me serviría para comunicarme.


Este trivial divagar fue interrumpido por Juan Ignacio (quien ahora se asoma y ve su nombre escrito y quiere saber de qué se trata (Escribo entonces: "Juan Ignacio es tonto".)

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