1.06.2012

Perturbación y cambio

Para que se reconozca como "perturbación", un cambio tiene que implicar o provocar una completa "reevaluación de los valores" condensada en el tiempo y una redisposición sustancial de la jerarquía de valores. Las reglas, normas y modelos percibidos hasta el momento como adecuados, eficaces y loables deben ser reformulados como erróneos, inútiles y condenables. Como resultado de esta inversión de valores,  como un todo, y en especial la parte del pasado todavía fresca en la memoria pública, quedará denigrada y sujeta  una interrogación recelosa (y hostil). Cada uno de sus elementos se pondrá bajo sospecha y se considerará culpable mientras no se demuestre su inocencia (aunque la inocencia casi nunca quedará demostrada hasta el punto de no dejar una duda razonable, la exoneración nunca será completa y la sospecha no quedará nunca enterrada de manera irrevocable). La sentencia, en el mejor de los casos, quedará suspendida, y eso también será aplicable a los veredictos pronunciados en el pasado que no están sujetos a apelación. Por otro lado, lo que solía condenarse o considerarse confesable en el pasado -de una manera igualmente total y con un a priori similar- será rehabilitado; el reconocimiento negado en el pasado se concederá con la formulación de pocas preguntas, si es que se formula alguna, y sin necesidad de mayores pruebas de mérito.

En resumidas cuentas, en el caso de una "perturbación" genuina, las evaluaciones del pasado se invierten sólo porque se expresaron en un "pasado" ahora desaprobado y reprobado. Las virtudes se reescriben como vicios, los logros como fechorías, las lealtades como traiciones, y viceversa. La devaluación de las valoraciones y prácticas del que empieza en aquel momento, está envuelto en niebla. No puede decirse con confianza nada sobre su forma, excepto que será diferente del pasado, y que habrá pocos hitos conocidos a mano para mitigar la incómoda premonición de avanzar a tientas en la oscuridad. En ausencia de señales que muestren el camino que se debe seguir, tal vez la inversión de las señales heredadas del pasado puede cumplir la función: ofrecer alguna orientación, aunque sea puramente negativa, y alguna sensación, por endeble y poco fiable que sea, de controlar la posible dirección que tomará el curso de los acontecimientos futuros. Así pues, no es una ventaja despreciable -aunque en el momento de la perturbación no hay medidas probadas ni fiables de los futuros méritos y logros (es decir, medidas en las que todavía se pueda confiar que sean vinculantes cuando el futuro se convierta en presente)- que pueda componerse de inmediato alguna jerarquía de valía sustituta aunque creíble, y también una forma de meritocracia para llenar el vacío, mediante el simple expediente de calificar de deméritos los méritos del pasado y viceversa.

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