11.23.2011

Yo y el mundo III (El Tiempo)

Sabemos que el futuro elude la descripción y desafía todo pronóstico, pero tampoco el pasado proporciona el tipo de orientación -siquiera errónea o engañosa- que se supone que ofrece. El "legado" del pasado es sólo materia prima para las plantas de reciclaje del futuro. Como apuntaba Hanna Arendt, no hay testamento que especifique qué pertenece a quién; lo que nosotros llamamos "legado" o "herencia" es poco más que el acto de dejar el pasado a merced del destino. El pasado es rehén del futuro, y está destinado a serlo para siempre, por mucho que se haya negociado celosamente su liberación o manumisión y por alto que sea el rescate ya pagado. El famoso aforismo de Orwell, que dice "quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado", sigue siendo válido y creíble mucho después de que se inspiración original -las ambiciones y prácticas de los "Ministerios de la Verdad" totalitarios- se hundiera en el pasado (y para muchos de nuestros contemporáneos, en el olvido). El inconveniente, sin embargo, es que pocas personas, si es que hay alguna, pueden presumir hoy de controlar el presente y menos todavía merecen que se crea que hacen lo que dicen que pueden hacer.

Con el presente cortado por ambos extremos: por el pasado, al que hoy se niega la autoridad de guía acreditado, y por el futuro, que ya ignora las demandas e inmolaciones del presente y que las trata con una negligencia no muy diferente de aquella con que el presente trata el pasado, el mundo parece estar permanentemente in statu nascendi, en "estado de llegar a ser". El curso que tomará a la larga este llegar a ser es crónicamente indeterminado; su dirección tiende a variar (o ir ala deriva) aleatoriamente más que a obedecer cualquier orden específica -críptica pero adivinable- del tipo de las que se postulaban no hace mucho bajo la denominación de "leyes de la historia".

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