11.12.2011

Yo y el mundo II (El Gobierno)

La preocupación por cómo se gobierna el mundo ha cedido paso a la preocupación por cómo se gobierna uno. No es el estado del mundo, junto con sus habitantes, lo que tiende a preocuparnos y causarnos inquietud, sino lo que es en realidad un producto final del reciclaje de sus barbaridades, sandeces e injusticias, un producto final que nos causa una incomodidad espiritual y un vértigo emocional que desbarata el equilibrio psicológico y la paz mental del individuo preocupado. Puede ser, como Christopher Lasch fue uno de los primeros en captar y expresar, el resultado es transformar "los agravios colectivos en problemas personales que pueden someterse a intervención terapéutica".  "Los nuevos narcisistas", como Lasch llamó memorablemente a "los hombres psicológicos" capaces de percibir, analizar y evaluar el estado del mundo sólo a través del prisma de sus problemas personales, no viven "obsesionados por la culpa sino por la ansiedad". Al dejar constancia de sus experiencias "internas", "no buscan una explicación objetiva de un pedazo representativo de la realidad sino seducir a los demás" prodigándoles "atención, elogios o simpatía", para apuntalar así su tambaleante sentido de sí mismos. La vida personal se ha convertido en algo tan bélico y saturado de tensión como la plaza del mercado. Las recepciones sociales "reducen la sociabilidad a un combate".

Sin mucho más en que apoyarse que la ansiada seguridad de la propia situación social, que se proyecta sobre la autoestima y la confianza en uno mismo, y aparte de los activos personales que se posean o se puedan poseer, no es raro que las demandas de reconocimiento, como dice Jean Claude Kaufmann, "desborden la sociedad". "Todo el mundo mira con atención para ver muestras de aprobación, admiración o amor en las miradas de los demás." Y huelga decir que la base para la autoestima que proporcionan la "aprobación y la admiración" de los demás es notablemente débil. Los ojos no dejan de moverse y las cosas sobre las que se fijan o resbalan muestran una notoria propensión a moverse en direcciones imposibles de predecir, de manera que la propulsión y compulsión de "mirar con atención" no tiene fin. La tibieza de la vigilancia de hoy puede convertir la aclamación y aprobación de ayer en la condena y el desprecio de mañana. El reconocimiento es como el conejo de cartón de una carrera de galgos: siempre perseguido por los perros, nunca entre sus mandíbulas.

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