11.09.2011

Yo y el mundo I

"La cultura del sacrificio ha muerto -declaró sin rodeos Gilles Lipovetsky en el epílogo de su crucial estudio de 1983 sobre el individualismo contemporáneo-. Hemos dejado de reconocernos en todo tipo de obligación de vivir por algo que no sea nosotros mismos".

No es que nos hayamos vuelto sordos a las desgracias de otras personas o al triste estado del planeta, ni hemos dejado de expresar estas preocupaciones. Tampoco es que hayamos dejado de declarar nuestra voluntad de actuar en defensa de los desvalidos o en favor de la protección del planeta que compartimos con ellos, ni hemos cesado de actuar (al menos ocacionalmente) de acuerdo con estas declaraciones. Más bien se da el caso contrario. el crecimiento espectacular del egoísmo autorreferencial corre paradójicamente en paralelo con una creciente sensibilidad hacia la miseria humana, con una aversión a la violencia, el dolor y el sufrimiento que padecen incluso los extranjeros más lejanos, y con explosiones periódicas de beneficencia (compensatoria). Pero, como observa Lipovetsky, estos impulsos morales y arrebatos de magnanimidad son ejemplos de "moralidad indolora", moralidad despojada de obligaciones y de implicaciones prácticas, "adaptadas a la prioridad del ego". Cuando las pasiones, el bienestar y la salud física del ego tienden a ser las consideraciones preliminares y definitivas; también tienden a marcar los límites de hasta dónde estamos dispuestos a llegar en nuestra entrega de ayuda.

Como norma, la manfiestaciones de devoción hacia este "algo o alguien distinto de uno mismo", aun siendo sinceras, ardientes e intensas, se detienen ante el sacrificio. Por ejemplo, la dedicación a causas "verdes" raramente llega tan lejos como para adoptar un estilo de vida ascético o incluso una abnegación parcial. En realidad, lejos de estar dispuestos a renunciar a un estilo de vida de indulgencia consumista, con frecuencia nos resistimos a aceptar incluso una pequeña molestia personal; la fuerza motriz de nuestra indignación tiende a ser el deseo de un consumo superior, más sano y más seguro. En el epílogo de Lipovetsky, "el individualismo diciplinario y militante, heroico y moralizante" ha dado paso al "individualismo a la carta", hedonista y psicológico", aquel que "hace de los logros íntimos el principal propósito de nuestra existencia". Al parecer ya no creemos tener una tarea o misión que realizar en el planeta y tampoco hay un legado que nos sintamos obligados a preservar o del que seamos guardianes.

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