2.05.2024

Razones para escribir - Ponge

 I


Convenzámonos: nos han hecho falta razones imperiosas para volvernos o para seguir siendo poetas. Nuestro primer motivo fue sin duda el asco ante lo que nos obligan a pensar y a decir, aquello en lo que nos fuerza a tomar parte nuestra naturaleza de hombres.

Avergonzados por el acomodo de las cosas tal cual es, avergonzados por todos esos grandes camiones que pasan en nosotros, por las fábricas, manufacturas, negocios, teatros, monumentos públicos que constituyen mucho más que el decorado de nuestra vida, avergonzados por la agitación sórdida de los hombres no sólo alrededor nuestro, hemos observado que la Naturaleza en cierto sentido más poderosa que los hombres hace diez veces menos ruido, y que la naturaleza dentro del hombre, quiero decir la razón, no hace ruido en absoluto.

Pues bien, ¿no será que en nosotros queremos hacer oír la voz de un hombre? Por cierto, en el silencio la oímos, pe las palabras la pero en buscamos: eso ya no es nada. Son palabras. Ni siquiera: palabras son palabras.

¡Oh, hombres, informes moluscos, muchedumbre que sale a las calles, millones de hormigas que los pies del Tiempo aplastan! La única morada que tienen es el vapor común de su verdadera sangre: las palabras. Su propio rumiar los desalienta, a ustedes respirar los ahoga. Su personalidad y sus expresiones se devoran entre sí. ¡Tales palabras, tales costumbres, oh sociedad! Todo no es más que palabras.


II


Mal que les pese a las palabras mismas, dados los hábitos que en tantas bocas infectas han contraído, hace falta cierta valentía para decidirse no solamente a escribir sino incluso a hablar. Un montón de trapos viejos que no hay que tomar con pinzas, es lo que nos dan para mover, sacudir, cambiar de lugar. Con la esperanza secreta de que nos callaremos. Pues bien, aceptemos el desafío.

¿Por qué, considerándolo bien todo, un hombre así debe hablar? ¿Por qué los mejores, se diga lo que se diga, no son los que han decidido callarse? Eso es lo que quiero decir.

No les hablo sino a los que se callan (un trabajo de suscitación), aunque eso signifique juzgarlos después por sus palabras. Pero si ni siquiera esto hubiese sido dicho, habrían podido creerme solidario de tal orden de cosas. Lo que no me importaría mucho, si no supiera por experiencia que así me arriesgaría a convertirme en uno.

Que hace falta a cada instante sacudirse el hollín de las palabras y que el silencio en ese orden de valores es tan peligroso como posible.

 Una sola salida: hablar contra las palabras. Arrastrarlas con uno a la vergüenza adonde nos llevan de tal manera que se desfiguren. No hay ninguna otra razón para escribir. Pero una vez concebida, ésta es absolutamente determinante y conminatoria. Ya no podemos escapar de ella sino por una cobardía humillante que no es de mi gusto tolerar.


1929-1930.

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