Una bocanada de luz se derramó en el cajón de la
ropa de hombre; pero inmediatamente fue ahogada. La luz fue entonces sobre la
ropa femenina, que mudó de continente: del cajón de la cómoda a la valija, sin la
pulcritud sedosa que conoció recién planchada. Un viso, despreciado, quedó
marchito y encogido sobre la cama. La malla enteriza perdió la compañía de las
dos piezas bikinis.
Cuando la puerta
selló con ruido la salida de la valija,
el vaso alto de agua al fin intacta permaneció haciendo peso sobre el papel escrito, asociado, en la
explanada de la mesita, a la presencia vertical de un florero de flores
artificiales, rojas con exceso, veteadas de un rosa tierno mal conjugado con el
color furioso.
Pero al acallarse
la violencia exterior, también la violencia del sol, la vena rosa se extinguió
y las flores comenzaron a ser una
revuelta e impalpable mancha acogida a las discretas sombras. Entonces, sólo
el despertador mantuvo la guardia, una relativa espera, espera de luz de
velador, de transformarse el orden de algunos objetos, su integridad tal vez.
Porque todo era
pasivo —o mecánico, el reloj—, pero dispuesto para servir en cuanto la puerta
se abriera.
* * *
El vaso, casi
repentinamente, alarga su sombra, una sombra liviana y traslúcida, como hecha
de agua y cristal; luego, despacio, la contrae y más tarde, con cautela, la
extiende de nuevo, pero con otro rumbo.
Otra vez cuando en
el cielo, afuera, hay nubes y ruidos como derrumbes subterráneos, el vaso está
aterido y tiende a ser algo neto, conciso, también, si es posible, levemente
impregnado de azul.
El despertador ha
caducado.
Por su inercia cobra vigencia una mosca,
entre un sol y otro, entre un sol y otro, pero no más de dos.
El agua se enturbia en el vaso y se hace
nido. Como una flor ha sobrenadado su superficie un mosquito y adentro, ahora,
prueban profundidad las larvas.
No obstante, este mar manso es cuna letal,
agua sin alimento, y al cabo manda arriba los débiles despojos.
La atmósfera quiere desprender su peso
creciente sobre las cosas y es una amenaza de todos los días que no puede
temerse.
* * *
Una piedra, una piedra vulgar de acequia, sin
aviso ni apoyo de congéneres consigne lo que antes no logró su familia menor,
blanca y efímera: la del granizo.
Rasga la castidad del vidrio de la ventana y
trae consigo el aire, que es libertad, pero pierde la suya, cayendo prisionera
del cuarto.
Sin la unidad que contribuía a hacerlo
estable, el vidrio se descuelga de prisa y arrastra a su perdición al hermano
hecho vaso. Lo abate con su peso muerto y se confunden las trizas entre una
expansión desordenada de agua que, tan de improviso sin claustro, no sabe qué
hacerse, va a todas partes, ante todo al papel que resultaba intocable vecino.
La tinta, que fue
caligráfica, se vuelve pintora y figura, en azul, barbas, charcos,
estalagmitas...
* * *
En adelante la
ventana a nada se opone. Expedita al aire, una vez permite la brisa que elimina
de la mesa el papel, seco y prematuramente viejo; otra, el viento zonda, que
atropella el florero y, por si fuera poco, arroja tierra a él y sus flores.
* * *
La luz, que sólo
fue diurna y venía por la ventana, retorna una noche manando de los filamentos
de la lámpara del medio. Las cosas, opacas bajo el polvo, recuperan volumen y
diferenciación.
Uno de los dos
zapatos que avanzan entre ellas va sobre el papel como a corregir rugosidades,
en realidad únicamente a ensuciarlo. Así, decrépito y embarrado, el papel sube
crujiendo hasta la proximidad brillante de unos anteojos. Desciende hasta la
mesa de noche y después, con otra luz encima, la del resurrecto velador,
tiembla un rato inacabable ante los lentes redondos. Pero no se entrega. No es
más un mensaje.
* * *
La pureza de la luz solar triunfa sobre el
amarillo tenue, ya extemporáneo, que permanecía derivando de los dos focos.
La luz solar, consecuente inspectora,
encuentra que todo está. Hay menos orden: la colcha arrugada, cajones
abiertos!... pero todo permanece. Faltan del cajón de la ropa de hombre una camisa,
un pañuelo y un par de medias; pero encima de una silla quedan otra camisa,
otro pañuelo y un par de medias, sucios.
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