10.27.2011

¿Querían democracia, hijos de puta?

Una señal clara de Washington o de la UE podría haber obligado a Yeltsin (presidente ruso del 1991 a 1999) a iniciar negociaciones serias con los parlamentarios, pero lo único que recibió de las potencias occidentales fueron ánimos. Finalmente, la mañana del 4 de octubre de 1993, Yeltsin cumplió con el destino para el que desde tanto tiempo atrás se le creía destinado y se convirtió en el Pinochet de Rusia al desencadenar una serie de sucesos violentos con inconfundibles reminiscencias del golpe militar acaecido en Chile exactamente veinte años antes. En lo que sería el tercer shock traumático que infligió al pueblo ruso, Yeltsin ordenó al ejército que ocupara y desalojara la Casa Blanca rusa, y que le prendiera fuego, y las fuerzas armadas cumplieron la orden, aunque fuera a regañadientes. De ese modo, el presidente dejaba carbonizado el edificio sobre cuya defensa se había labrado su reputación apenas dos años antes. Puede que el comunismo desapareciera de la noche a la mañana sin que se disparara un solo tiro, pero el capitalismo de los de Chicago sí que necesitó una gran dosis de artillería para defenderse: Yeltsin movilizó a 5000 soldados, decenas de tanques y vehículos de transporte blindado, helicópteros y tropas de asalto de élite armadas con ametralladoras automáticas, y todo para defender a la nueva economía capitalista de Rusia de la grave amenaza de la democracia.

Así se informó en el Boston Globe del episodio final del asedio parlamentario decretado por Yeltsin: "En el día de ayer, durante diez horas, unos treinta tanques del ejército ruso y carros blindados de transporte de personal rodearon la sede del parlamento en el centro de Moscú, conocida como la Casa Blanca, y dispararon sobre ella intensas y repetidas andanadas de artillería explosiva acompañadas de múltiples ráfagas de fuego de ametralladora procedentes de las tropas de infantería. A las cuatro y cuarto de la tarde, unos 300 guardias, diputados y personal administrativo del parlamento abandonaban el edificio formando una única fila y con las manos en alto".

Al acabar la jornada, aquella ofensiva total del ejército se había cobrado las vidas de unas quinientas personas y había herido a casi mil, la mayor dosis de violencia que Moscú había vivido desde 1917. Peter Reddaway y Dmitri Glinski, autores del relato definitivo de la era Yeltsin señalan que "durante la operación de limpieza que se produjo en el interior y en las inmediaciones de la Casa Blanca, se arrestó a 1700 personas y se confiscaron 17 armas. Algunos de los detenidos fueron internados en un estadio deportivo, una práctica ciertamente evocadora de los procedimientos empleados por Pinochet tras el golpe de 1973 en Chile". Muchas fueron conducidas a diversas comisarías de la policía donde fueron objeto de palizas. Kagarlitski recuerda que, mientras le golpeaban en la cabeza, un agente gritó: "¿Querían democracia, hijos de puta? ¡Les vamos a dar democracia!".

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