4.10.2010

Exceso de democracia. Noam Chomsky - Estados fallidos

Ferguson y Rogers estaban describiendo los efectos tempranos de la poderosa reacción coordinada contra la “crisis de la democracia” de los años sesenta que preocupaba profundamente a la Comisión Trilateral, que acuñó la expresión. La comisión estaba formada por destacados internacionalistas liberales de las tres grandes regiones industriales: Norteamérica, Europa y Japón. Su perspectiva general queda ilustrada por el hecho de que la Administración Carter se extrajo en gran medida de sus filas. La preocupante crisis sometida a debate era que los años sesenta habían suscitado el surgimiento de los que ellos llamaban “un exceso de la democracia”; sectores por lo general pasivos y marginados -mujeres, jóvenes, ancianos, minorías y otros componentes de la población subyacente- empezaba a incorporarse al terreno de juego político para presentar sus exigencias. Los componentes del espectro de la elite situando a la derecha de la comisión y el mundo empresarial en general consideraban la “crisis de la democracia” más peligrosa si cabe. El “exceso de la democracia” amenazaba con interferir en el bien engrasado sistema de los años precedentes, cuando “Truman había podido gobernar el país con la cooperación de un colectivo relativamente pequeño de abogados y banqueros de Wall Street”, como recordaba el ponente estadounidense en las sesiones de la Comisión Trilateral, Samuel Huntington, con un deje de nostalgia y perdonaron un drástico aumento de la actividad de los grupos de presión empresariales y la proliferación de gabinetes estratégicos de derechas para garantizar el control de los programas legislativos y las instituciones doctrinales, amén de los otros dispositivos para restaurar el orden y la disciplina. Semejantes "impulsos hacia la conformidad y el control”(Wiebe) son reacciones normales del poder concentrado ante las “crisis de la democracia” que estallan cuando el público pretende entrar en el terreno del juego político: el Terror rojo de Wilson y la descomunal ofensiva propagandística de la corporaciones tras la Segunda Guerra Mundial son dos de los bien documentados ejemplos. Ambos mecanismos consiguieron al menos una disciplina a corto plazo, pero las fuerzas populares desencadenadas en los sesenta han sido mucho más difíciles de domar, y en realidad han seguido desarrollándose, en ocasiones de modos que carecen de precedentes.

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