Por ese tiempo
llegó a Temuco una señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de taco bajo.
Era la nueva directora del liceo de niñas. Venía de nuestra ciudad austral, de
las nieves de Magallanes. Se llamaba Gabriela Mistral.
Yo la miraba
pasar por las calles de mi pueblo con sus ropones talares, y le tenía miedo.
Pero, cuando me llevaron a visitarla, la encontré buenamoza. En su rostro
tostado en que la sangre india predominaba como en un bello cántaro araucano,
sus dientes blanquísimos se mostraban en una sonrisa plena y generosa que
iluminaba la habitación.
Yo era
demasiado joven para ser su amigo, y demasiado tímido y ensimismado. La vi muy
pocas veces. Lo bastante para que cada vez saliera con algunos libros que me
regalaba. Eran siempre novelas rusas que ella consideraba como lo más
extraordinario de la literatura mundial. Puedo decir que Gabriela me embarcó en
esa seria y terrible visión de los novelistas rusos y que Tolstoi, Destines,
Chejov, entraron en mi más profunda predilección. Siguen acompañándome.
(de Confieso que he vivido)
Yo agrego: Fue en el año 1920. Pablo Neruda aún era Ricardo Eliezer Neftalí Reyes Basoalto, y Gabriela Mistral ya no era Lucila María Godoy Alcayaga. Pablo tenía 15 y Gabriela 30.
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