Víctor sabía que le faltaba ambición,
pero también sabía que había otras cosas en el mundo aparte de la música.
Tantas, en realidad, que a menudo se sentía abrumado por ellas. Como era de esa
clase de personas que siempre están soñando con hacer otra cosa mientras están
ocupadas, no podía sentarse a practicar una pieza sin detenerse a resolver
mentalmente un problema de ajedrez, no podía jugar al ajedrez sin pensar en los
fracasos de los Chicago Cubs, no podía ir al estadio de béisbol sin acordarse
de un personaje secundario de Shakespeare, y luego, cuando al fin volvía a
casa, no podía sentarse con un libro más de veinte minutos sin sentir la
urgente necesidad de tocar el clarinete. Por lo tanto, dondequiera que
estuviese y adondequiera que fuera, dejaba tras de sí un desordenado rastro de
malas jugadas de ajedrez, marcadores con resultados provisionales y libros a
medio leer.
(de El Palacio de la Luna)
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